La mitad de los problemas psicológicos comienzan alrededor de los 14 años.
Durante el último ciclo divulgativo de la Universitat Jaume I, donde se habla a un público general, interesado en como cuidar de los demás desde una perspectiva familiar desde la psicología. Matilde Espinosa inauguró la última edición con una conferencia llamada “Atendiendo desde la sanidad pública a los menores con patología grave y sus familias”.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, conocida como OMS, una de cada seis personas en el mundo entre 10 y 19 años puede presentar ya un trastorno mental. Aunque es poco conocido, la mitad de los trastornos mentales pueden comenzar a los 14 años o antes, aunque no sean diagnosticados ni tratados hasta más tarde, ya sea por falta de formación, miedo, falta de sensibilidad, etc. La demora en el diagnóstico y tratamiento empeora la evolución del trastorno y el sufrimiento de la persona afectada, su familia y su entorno más inmediato. Lo mínimo que puede ocurrir a un adolescente con una patología mental no diagnosticada es que acabe con un claro fracaso escolar, con todo lo que eso conlleva a posteriori. De entre todos los trastornos que se pueden padecer a temprana edad, la depresión es la más habitual a nivel mundial, discapacitante entre adolescentes y la tercera causa de muerte en jóvenes de 15 a 19 años tras el cáncer y los accidentes de tráfico, pues puede abocarles al suicidio.
El modo de crianza, los eventos vividos y la respuesta de los cuidadores es fundamental en la evolución como persona de cualquier ser humano, sobre todo durante los tres primeros años de vida. Esto no quiere decir que automáticamente después se genere un problema, pues puede iniciarse o ser detectado en plena adolescencia, pues es durante esa época que se pueden revivir y mostrar conflictos que no se han podido resolver durante la infancia. Es importante intervenir los trastornos entonces para reducir al máximo posible las secuelas en la edad adulta.
Señales como cambios bruscos en el rendimiento escolar, la asistencia a clase, aislamiento social, incremento de la irritabilidad o cambios repentinos en los hábitos del sueño pueden ser indicadores de un posible trastorno. Lo que habitualmente suele ser visto como enfados fruto de una mala educación puede enmascarar una sintomatología depresiva, ansiosa o psicótica. Esta es una fuerte creencia que aboca los problemas mentales durante la infancia y la adolescencia a ser invisibles por la presunción de que durante esas etapas no existen, presunción que tienen hasta algunos profesionales del campo sanitario o educativo.